Vicisitudes de una época en que los encuentros sólo se podían seguir in situ o por la radio y la FIFA no contaba con unos ingresos con los que actualmente se frota las manos. La expectación era tal que el España-Suecia, jugado a la misma hora en São Paulo, no registró mucha presencia de público porque la mayoría de los brasileños estaba siguiendo el partido de su ‘seleçao’ por la radio. Son cifras impensables hace 64 años, cuando Brasil albergó el primer partido con luz artificial de un Mundial -un Yugoslavia-Suiza que arrancó una hora y media más tarde de lo previsto-. En el 2004, la Federación Internacional de Fútbol estimó que diez años más tarde el Mundial debía ser en Sudamérica. Se fue a beber aguardiente, camisetas futbol baratas con la vana esperanza (que hoy sería inimaginable) de no ser reconocido. Un encuentro especial con gente con la que compartí vestuario y con amigos.
El partido se detuvo entre los insultos de los espectadores y de los jugadores de Brasil, que querían reanudar el encuentro porque el rival estaba tocado. Preparé mi discurso (en portugués) y me fui a los vestuarios pocos minutos antes de finalizar el encuentro (iban 1-1). Pero cuando caminaba por los pasillos se interrumpió el griterío infernal. Paolo Montero (DT interino del club) le brindó minutos a Nahitan en los 3 últimos partidos del Torneo Apertura. En el minuto 73, Katlego Mphela puso por delante a la selección anfitriona, pero en apenas un par de minutos Dani Güiza le dio la vuelta al marcador con dos goles. Pero los brasileños parecían mucho más cerca del título cuando, en el minuto 47, Albino Cardoso Friaça abrió el marcador. Los brasileños venían de golear a Suecia (7-1) y a España (6-1), y todo el país se disponía a vivir una fiesta de carnaval fuera de temporada. El equipo estaba encuadrado dentro del grupo 2 de la primera ronda junto con las selecciones de Uruguay, Suecia y Bulgaria. Desde entonces se conoce como tal cualquier triunfo asombroso y fuera de guión de un equipo en el estadio de otro que partía con la vitola, no ya de favorito, sino de único ganador posible de la contienda.
El Estadio Parque Federico Omar Saroldi es el estadio de River Plate, y en donde juega sus partidos como local. Esos años eran épocas de partidos bravos, esos que le gustaban a Figueroa. Y eso, pese a que los dirigentes uruguayos bajaron a los vestuarios, supuestamente para animar a sus chicos, pero en la práctica les dijeron que se conformaban con una derrota honrosa, con no salir goleados. Son casi 120.000 menos que los que se apiñaban en sus gradas como en una lata de sardinas aquella tarde maldita para los brasileños y bendita para los uruguayos. La tarde en que Uruguay inscribió en Río de Janeiro su nombre con oro y brillantes por protagonizar el maracanazo: derrotar a los anfitriones y birlarles el título. A Copacabana no pudieron resistirse muchas selecciones, como Inglaterra, que fracasó y a la que se le atribuyeron juergas locas en uno de los sitios más noctámbulos de Río de Janeiro. En Europa esto fue muy mal visto, poniendo como argumento que debía ser en la región, y en especial en Inglaterra, donde fue cuna del fútbol y su desarrollo posterior. Luego, tuvo la oportunidad de ser titular bajo la dirección técnica del uruguayo Ricardo Ortiz, en la Copa Libertadores 2003, donde el cuadro crema luchó hasta la última fecha pero fue eliminado en la primera fase.
Hubo aficionados brasileños que compartieron la fiesta con él hasta el amanecer. La disposición de las nueve franjas horizontales que se distribuyen sobre el campo representan los primeros nueve departamentos. Empezaremos diciendo que los colores del Hellas Verona se corresponden a los de la ciudad de Verona, cuyo emblema es muy parecido a la bandera sueca: cruz amarilla sobre fondo azul. En el otro lado del destino, Varela, Schiaffino y Ghiggia disfrutaban sobre el campo de la victoria, en un recinto que se iba vaciando, con el público atónito. Obdulio Varela, a quien también se le atribuyen frases como: «¿El ambiente? Los de afuera son de palo. Salgan tranquilos, no miren a la tribuna, el partido se juega abajo», o «hoy tengo muchas ganas de correr». Para cuando Uruguay hizo su segundo gol, el presidente de la FIFA, Jules Rimet, el hombre que debía entregar el trofeo que llevaba su nombre, no se encontraba en el palco de autoridades.
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